Viviana ya no quiere llorar por juguetes rotos que jamás le pertenecieron

T e necesito y no estás aquí. Es como al principio de todo, cuando nada era lo que ahora es, cuando no sabía quién era hasta que llegaste tú.

Y es como si mi vida se resumiera a los instantes en los que te siento, en los que tu piel roza la mía y experimento la sensación que la adrenalina abandona en mi cuerpo, acompañada por esa expectación que sólo tú logras despertar en mí.

Me desespero, doy vueltas en la cama, cierro los ojos y vuelvo a recordarte. Los abro, pero sigues estando en mi mente, como cuando el día comienza y no siento tus manos acariciar mi espalda, no saboreo el dulce néctar de tus labios, no siento ese hormigueo que recorre mi cuerpo entero cuando tú estás próximo.
Me levanto y veo lo miserable que soy sin tu luz. Sin esa sonrisa que podría iluminar hasta el día más gris, aunque por mí ya puede dejar de hacer sol cada día, pues contigo me basta. Y quisiera tenerte conmigo, o aunque sea poder resginarme a que aún me quedan días sin ti, antes de que vuelvas a estrecharme entre tus brazos de nuevo. Pero no estás y los días son más oscuros, más largos. Tampoco vendrás y me siento sola, porque no tengo a nadie, salvo a ti. Porque desde entonces, cuando decidí abandonar ése sitio al que llamaba hogar, no tengo a nadie más que a ti, que ni siquiera me acompañas día a día.

Siento celos, rabia, impotencia, porque sé que no me perteneces... que soy una de las tantas caras ocultas de tu vida, que soy como ésa parte oscura de una persona que poca gente llega a descubrir. Y me conformo con la parte que me toca, pues soy consciente de que por mucho que lo desee, ella seguirá siendo tu esposa y yo... la mujer que nadie conoce y que nadie se atreverá a conocer en este maldito pueblo. Y te odio, no sabes cuánto te odio por ello, pero después de sentir que te mataría por todo lo que sufro, te vuelvo a amar. Porque somos iguales. Porque ambos escondemos un secreto que nadie debe conocer. Porque aunque no me lo digas, sé que en el fondo de tu corazón, también me quieres.

Untitled



Se había comprado una sonrisa de muñeca de porcelana, y sus hermosos bucles azabaches ya no cubrían parte de su rostro. Había madurado, sí, y a pesar de su desvaída apariencia, se estaba convirtiendo en una hermosa joven.

Robando atardeceres

Los días pasan y yo sigo aquí, colgada en el tiempo, esperándote. Robándole al mundo atardeceres que jamás devolveré, con la esperanza de que en cualquier momento vuelvas, para recuperarme,  para que pueda regalarte todos y cada uno de los atardeceres que te perdiste desde que no estás, desde que no regresas más.


Fotografía por Aronbrand.

Los chicos también lloran, pero sólo cuando el cielo les acompaña

Hoy me levanté pensando en ti…

En todo lo que podría ser y no es, en todo lo que sería y jamás será. Abro los ojos e inmediatamente busco una excusa para justificarlo, trato pero no encuentro un nuevo pensamiento que me libere de tu recuerdo. Llueve otra vez

Me doy cuenta de ello, y sé que estoy perdido; que cada día que llueve, te recuerdo como si tus manos aún aferrasen las mías antes del “Adiós”. Rememoro los días de un pasado demasiado lejano ya como para poder volver a sostenerlo sin el miedo a que se esfume como, poco a poco, lo ha hecho tu rostro en mi memoria.

¿Por qué después de haber soñado contigo ya no te recuerdo? ¿Por qué aún siento que tus labios acarician los míos, cuando todo no fue más que una fantasía producto del aliento que la lluvia abandona por las calles? Y ahora te echo de menos, como si hubiera sido ayer cuando me besaste por última vez y prometiste no olvidarme, como si no hubiese nada en mi vida que extrañe tanto como te añoro a ti. Como si tu rostro aún permaneciera indeleble en mi memoria, cuando ya ni siquiera reconocería el tono de tu voz, el sonido de tu risa, tu sonrisa… y la forma de cada rizo que solía envolver tu hermoso rostro.

Porque te recuerdo hermosa, bella… pero ya no sé ni de qué color eran tus ojos.

Y muero como cada día que llueve, desesperado. Quiero volver a conocer de memoria aquello que un día conocí, pero sé que no debo y entonces la veo

Ella duerme a mi lado y su rostro angelical te sustituye en todos los marcos que antes sostenían tus recuerdos. Sé que no puedo pensar en ti y sin embargo lo hago, y a veces es como si ella lo supiera, pero intentase ahogar mis memorias en su amor. Te amo aún, pero ella ha sabido encontrar el camino para hacer que la ame también. Su cuerpo se mueve a la vez que un suspiro se escapa entre sus labios rosados, carnosos, ahora míos, y la captura de un instante ya lejano llega a mi mente pero se esfuma cual espectro —porque eso es— al ella abrir sus ojos cristalinos.

Me mira y calla, esperando que sea yo quien diga algo, y un nudo se forma en mi garganta. No sé qué decirle y quisiera fingir, pero no he conocido y creo que jamás conoceré forma alguna de esconderle lo que siento. Sonríe, como sólo ella sabe hacerlo y sé… lo sé porque siempre es así… que ella me espera entre sus brazos.

Y como cada día que llueve, escondo mi rostro en su pecho, mientras su piel enjuga mis lágrimas, y le hago el amor para olvidarte… aunque ya ni siquiera te recuerdo...

salvo los días en los que la lluvia inunda las calles con el olor de tu recuerdo.

Atardecer

La miro, y otra vez están ahí, esos ojos oscuros, tan brillantes, tan suyos, tan comunicativos, tan pícaros. Tan suyos...

¿Alguna vez te has preguntado por qué la gente se enamora? Yo no, a pesar de que debería. Simplemente lo entrego —el amor—, lo siento girar en mi corazón circular que, a medida que avanza, va indicándome que debo empezar la retirada. Y respiro, aunque no es necesario, con la esperanza de mantenerme con vida, si es así como se le puede llamar al hecho de que exista, sólo por volver a vivir instantes como estos. 

En ocasiones quisiera saber por qué yo, por qué ella está a mi lado en lugar de estar con alguna otra persona que le ofrezca algo más, ése algo que quizás yo no le sé dar…

Me quedo aquí, al margen de todo lo que sucede, alrededor de esos dos humanos que viven su temprana edad de la mejor manera…, de la única manera que conocen.

Hay veces en las que me gustaría poder sumergirme en ése mar de aguas, algunas veces cristalinas y tantas otras —demasiadas diría yo— turbias, para así poder saber qué es lo que se pasa por su mente cada vez que me mira.

Observo cómo corren. Él sigue los pasos presurosos de ella y, en cuanto a la muchacha, se limita a disfrutar del paseo junto a él.

— ¡Vamos, corre! —Exclama ella claramente emocionada.

Más de las veces me pregunto cómo alguien que siempre está rodeado de gente se puede sentir tan solo. Así me siento yo. Supongo que eso significa que no soy inmune a los males. Quizá ni siquiera sea especial. Puede que de todos los demás, sea simplemente el más débil. ¿Debería estar orgulloso de poder sufrir? Siempre lo estoy cuando cumplo con mi cometido, pero desearía dejar de existir cuando hago que humanos como esos dos jóvenes se sientan miserables.

— Pero, ¿se puede saber dónde me quieres llevar? —Intento detenerla, pero me rindo.

No puedo evitar pensar en qué pasaría si yo algún día intentara cambiarla, a pesar de que me guste su forma de ser. ¿Qué pasaría si yo cortara sus alas, interrumpiera su vuelo? Sería como atar las alas de un pájaro y esperar de él que pueda volar. Tengo miedo de que mis errores me arrastren a sufrir sus terribles consecuencias, y me aparten de su lado. También tengo miedo de ser tan torpe que mis sentimientos dejen de estar a un margen de nuestra simple relación de amigos.

— ¡Va, chico! Te pesa el culo, ¿eh? — Me mira burlona. Le encanta incordiarme, pero lo que no sabe es que al final yo siempre gano.

— No tanto como a ti cada día. —Sonrío, ella se detiene. Su cabello azabache se mece cuando su cabeza se gira hacia a mí. Ahí está otra vez esa mirada de reproche fingida.

— Va, mueve el culo. —Me invita a pasar delante. Hace una reverencia. Se va a vengar.

— Cuando estemos arriba, podrás decirme todo lo que quieras. —Coloca ambos brazos en jarra, manteniendo sus manos fijas en la cintura. Entorna los ojos y suelta una exhalación. — No voy a perder el tiempo vengándome de ti, así que vamos, date prisa.

Y por fin llegamos a nuestro destino, después de caminar durante más de veinte minutos. Ella no parece cansada, si no todo lo contrario. Radiante, corre un poco más, hacia lo que parece ser un espacio habilitado para picnic. Nunca antes había estado aquí.

— ¿Te gusta, te gusta, te gusta? —Empieza a dar saltitos frenéticos. Me hace gracia verla así. Sonrío y asiento, aún sorprendido por el tan solitario sitio al que me ha llevado.

— No está mal. —Dejo caer, a sabiendas de que mi respuesta le molestará. Ella odia ese tipo de respuestas “tan poco concretas”.

— ¡Bah!, seguro que no te gusta. —Se cruza de brazos. — Eres un soso, ¿sabes? —Ahora me va a dar el rapapolvo del día. — Siempre con tus respuestas tan poco precisas. Si no te gusta, me lo dices. No me digas no está mal, quién sabe, tal vez. ¡Odio esas malditas respuestas!

— Ya vale, no te enfades por esas tonterías. Sabes que bromeo.

— ¡Quién entiende a los hombres! —Se sube en la mesa y luego se estira sobre ella. Respira profundamente. Parece estar más nerviosa (inquieta para ser más exactos) de lo normal. Seguro serán simples ideas mías. — Ven conmigo, L.

Camino hacia la mesa en la que ella está y me siento a su lado.

— En realidad los chicos no somos tan complicados —añado, en defensa de todos los hombres que tenemos que soportar que las mujeres nos tachen de bichos raros. Ella se incorpora y me mira. Su rostro está cerca. Los nervios empiezan a hacer su trabajo. Siento cómo mi respiración se hace más lenta y mi garganta se seca al paso de ese aliento frío que me deja sin resuello.

Así es ella; me perturba, juega con mis emociones, me empuja a desear algo que está tan lejos como una estrella y ni siquiera se entera.

— ¿Tengo que creer que es cierto eso que dices? —apuntilla, como si yo fuera a darme por vencido.

— Vosotras siempre lo complicáis todo —doy comienzo al discurso, levantando mi ceja derecha a la par que intento calmar los sentimientos que en mí afloran cada vez que le miro a los ojos—. Tenéis la mente tan retorcida que pensáis que lo todo lo que parece, que es tal y como lo veis, es en realidad todo lo contrario. Cuando un chico os dice que no os quiere, empezáis a desarmar las piezas de un puzle inexistente para colocarlas de una manera ilógica. Es como si cada vez que cogéis una pieza, le dieseis la forma que no tiene por tal de consolaros o daros aliento, por tal de hacer que ésta quepa donde no debe.

De repente le había soltado el rollo de la última vez, cuando todo dejó de tener sentido para ella, por culpa de un estúpido sin escrúpulos ni dos dedos frente, que de haberlos tenido tampoco le hubieran ayudado comprender que ella es una chica estupenda. Aunque quizá yo lo pensaba porque para mí era una princesita intocable, una señorita de las que ya no hay, y el haberle roto el corazón y esa maravillosa sonrisa que tanto la caracteriza, le habían convertido en un cretino de esos que te encuentras en cada esquina.

— Supongo que tienes razón… —murmura ella, desviando su mirada hacia el cielo anaranjado que presagia un precioso atardecer.

Y yo fijo mis ojos en su rostro, que recibe los rayos rojizos del sol y los convierte en parte de sí mismo, en parte del color sonrosado de sus mejillas… y aproximo mi mano a la suya, fría, blanca, suave… y sin previo aviso, ella hace que se entrelacen, consigue que miles de sensaciones distintas e indescriptibles pululen por mi cuerpo, circulen por mi sangre y lleguen a mi corazón. Me conmueve, hace que pierda mi percepción del mundo, consigue que me vuelva loco por ella, que me enamore cada día una y otra vez de todos y cada uno de los pequeños detalles que forman parte de su persona.

— Bueno, aún estás a tiempo de salvarte —digo, apretando más su mano, en un gesto desesperado de sentirla más en mí, de poder demostrarle que me muero por ella, aunque ella no por mí.

Ambos esperan, él un gesto de ella que le indique el camino hacia su corazón, ella…

Cada día me siento a su lado, y como en este momento, espero ansiosamente que me diga que siente lo mismo que yo, que nuestra relación no es simplemente la de un par de amigos, que me ama tanto como yo le amo a él…

Pero tan sólo piensan, no hablan… Callan el amor que se sienten.


Aman en silencio.