Quiero que llueva

Los hermosos rizos castaños de la muchacha danzaban a la par que sus pies se deslizaban de un lado a otro en aquella calle vacía y fría, pues ya era muy tarde por la noche, y normalmente por allí nadie pasaba a aquella hora.

Lucas la miró, encantado, y sin poder concebir la idea de que alguien tan entusiasta y alegre pudiera existir; tampoco podía imaginar cómo se lo había montado para conseguido una cita, una única cita que ella le había concedido tras múltiples ocasiones en las que él había insistido.

¿Cómo era posible que aquella niña de diecisiete años le tuviera comiendo de su mano? Él era un hombre,
un joven bien parecido que podía conquistar a cuanta chica se le cruzara por delante. ¡Qué cosas tiene la vida! Lucas estaba tremendamente encariñado, y quizá se estuviera enamorando de ella sin darse cuenta; precisamente por eso no podía fijarse en ninguna chica más.

Aquella noche de sábado, con motivo de la festividad de Halloween, la preciosa niña había decidido ponerse un hermoso vestido tutú blanco, que ajustaba bien la parte superior de su cuerpo, mostrando unas formas bastante desarrolladas. Y, ¿a que no sabéis qué detalles había decidido ella añadirles a su vestido de bailarina? Los volantes eran de colores; múltiples tonalidades que combinaban a la perfección con toda su indumentaria, y unas alitas hermosas, pequeñas, encantadoras. Sobre sus rizos bien definidos había una corona plateada, con purpurina y pequeñas piedrecitas de colores injertadas en la parte frontal.

— ¿De qué vas hoy vestida, Sunrise?

Él había imaginado que de Princesa, pues ella parecía toda una princesa, pero aquellas alas…

— Soy un Hada Princesa —respondió ella, deteniéndose de golpe frente a él, mirándole con aquellos ojos dorados y brillantes; sus rizos eran mecidos por la suave brisa otoñal. Él se detuvo y observó cómo ella seguía caminando con aquel desgarbo que tanto le atraía, con aquella soltura que te hacía pensar que ella flotaba en el aire en lugar de ir rozando el suelo.

— Creía que las Hadas y las Princesas eran dos cosas muy distintas —añadió él, adelantándose para llegar hasta Sunrise.

— Te equivocas —dijo ella, firme, sin dudar ni un ápice en su palabra. — Eso pasa sólo en el mundo de los cuentos. Posiblemente aquí nunca vaya a encontrarme con ningún Hada, a pesar de que soy una Princesa, ése es el motivo por el cual soy un Hada Princesa: siempre que tengo un sueño, una esperanza, lucho por llegar hasta ella. Además, todos tenemos un poquito de magia en nuestro interior, ¿no crees?

— ¿Y como las Hadas, tú concedes deseos? —preguntó él, atónito aún por la respuesta que ella le había dado. Ella empezó a reír y eso le ofendió, porque él se lo estaba tomando todo muy enserio. — ¿De qué te ríes?

— Creía que todo el mundo sabía que los Genios de las lámparas son los que conceden deseos —dijo entre risas. — Pero si tienes un deseo, creo que yo, siendo un Hada Princesa, podría concedértelo sin ningún problema.

— En realidad tengo muchos —admitió él, sin poder evitar soltar una carcajada al darse cuenta de lo ridículo y tonto de aquella conversación. Algo dentro de sí le gritó:

“No pienses que es una tontería, ni mucho menos una locura, porque a veces las situaciones más tontas y más locas, suelen ser las más lógicas.”

— Bien, chico vampiro —continuó ella, en alusión al disfraz que llevaba Lucas—; dispara, soy toda oídos.

— ¿Puedo simplemente pensarlo?

El único deseo que tenía él en aquel momento, en el cual su rostro se encontraba frente al de la muchacha, era el de poder gozar, aunque sólo fuera un segundo, del roce de los labios carmín de Sunrise.

Ella asintió, con aquella sonrisa pícara que a él le hacía cosquillas hasta en las venas.

Tres… dos… uno…

¿Qué os imagináis que pasó?

No, éste no es el cuento en que la chica besa al chico cuando llega el final.

En éste cuento, gotitas de lluvia empezaron a empapar las ropas de ambos, haciéndolos reír a más no poder, haciendo que disfrutaran de una noche que jamás —y cuando digo jamás no quiero decir otra cosa que no sea jamás—, jamás olvidarían.

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